El flamenco y emotivo discurso de Leonard Cohen en una tarde de otoño
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Recordamos y analizamos el flamenco y emotivo discurso con el que Leonard Cohen recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2011, mostrando sus perspectivas al respecto de conceptos como la vida, la muerte y el arte.
Ese flamenco y emotivo discurso de Leonard Cohen aquella tarde de otoño, 21 de octubre del 2011 en el Teatro Campoamor de Oviedo, al recoger el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2011. No se puede explicar con más arte lo que es una sonanta, lo que es el arte, por qué los conceptos, por qué son necesarios ciertos cánones en la creación artística, todos nos iremos en algún momento. No se puede ser más flamenco para contar cosas, partiendo desde la sonanta que compró donde Esteso, para viajar más atrás en el tiempo: esas cosas que escuchó en Montreal, el impacto con otro mundo armónico sobre el que conducir versos, el origen de sus cosas y nunca llegar a saber por qué, quién era él y por qué se fue aquel guitarrista. Que todo eso derive con el tiempo en ser quien con mejor argumento haya versionado los versos de Federico, para que después Enrique Morente rematase el concepto. Ser posible que miles de personas llorásemos a la vez, literalmente, una noche en un ejercicio de liberación personal a la vez que colectiva, en ese vals.
Leonard, siempre tan sublime y elegante, siempre resultando tan grande precisamente por resultar lo más cotidiano y terrenal posible, porque lo suyo siempre fue el mundo real de las cosas. Eso es lo que él ha narrado siempre: el mundo real de las cosas. Y no hay nada que pueda ser más flamenco que intentar buscar la mejor manera de expresar realidades a través de una acción artística. Él fue más allá del intento, él fue la esencia más concentrada de eso en toda su trayectoria. Ser flamenco no significa necesariamente interpretar una seguiriya o una soleá, él ha resultado ser más flamenco que la inmensa mayoría de cantaores y guitarristas que hayan existido en el flamenco. Sin tan siquiera pretender parecer flamenco, fue por honestidad, fue por dignidad artística, fue por saber captar y contar los conceptos como él lo hizo, algo muy similar a lo que sucedía en paralelo con Pina Bausch en la danza teatro. Ahora somos conscientes de que se fue un ser humano que hizo grandes cosas. Pero con la perspectiva que siempre ofrece el tiempo, con el paso de los años los seres humanos nos asombraremos más aún, porque deja una obra a redescubrir, por muy descubierta que creamos tenerla. Seguro que pronto saldrán versos inéditos que dejó grabados con Mario Mas, sublime guitarrista flamenco esencial, el hijo de Javier, quien tantos años ha sido guitarrista de Leonard. Y cada día encontraremos más sentido a los conceptos de Leonard, porque él es ese que ha sabido contar verdades esenciales de forma que puedan ser argumentos comprendidos de forma universal, y que a la vez todos, personalmente, podamos asimilar esas historias sonoras dentro de nuestras propias vidas cotidianas. Es por eso que él siempre seguirá vivo, y siempre continuará resultando necesario. Como dijo ayer una inteligente ser humano escritora, Leonard es algo así como nuestro santo laico, alguien a quien seguir como si fuera una religión, pero no religiosamente, porque el mundo de Leonard no admite deidades, no admite ídolos, solo admite comprensión de realidades, catalización de sentimientos, y la búsqueda del entendimiento de nuestras propias vidas.
Hay que ser conscientes de que se nos ha ido alguien que fue grande por ser humilde y terrenal, fue grande porque nos hizo comprender que la belleza puede estar en lo más pequeño y cercano, somos efímeros y por eso debemos buscar lo importante dentro de nuestras cotidianas existencias. Supo transmitirnos la esencia del carpe diem, la necesidad del carpe diem, porque nada es eterno, como cantó Camarón. Al final todo siempre es más sencillo y básico de lo que parece, eso es lo que él nos ha contado siempre, y es un mensaje absolutamente necesario en este momento actual, cuando los postureos y pretensiones están al alza. Aunque el suceso fue comunicado por su familia el viernes, su despedida fue el lunes, es decir, justo el día anterior a que Estados Unidos decidiera que quería ser gobernado por un señor que vive en un ático rebozado en oro sobre Manhattan. Cuando la conquista real e importante de Manhattan en realidad consiste en otra cosa, y después conquistaremos Berlín. Aunque en realidad, incluso tampoco se denominaría conquista, en el concepto con el que los seres humanos definimos esa palabra, en realidad es otra cosa, porque no se pueden poner puertas al campo, y además, como da a entender Leonard en su discurso, la poesía viene de un lugar que no se puede conquistar.
Texto: Jaci González
Foto: Heinz Bayer
Discurso de Leonard Cohen en Oviedo
Es un gran honor estar aquí esta noche ante ustedes. Como quizás le suceda al gran maestro Riccardo Muti, no estoy acostumbrado a enfrentarme a una audiencia sin una orquesta que me respalde, pero esta noche voy a dar lo mejor de mí como artista solista. Pasé despierto toda la noche, preguntándome qué podría decir en esta augusta asamblea. Después de haberme comido todo el chocolate y maní del minibar, garabateé algunas palabras. No creo que tenga que atenerme a ellas.
Obviamente, estoy profundamente conmovido por este reconocimiento de la fundación. Pero esta noche he venido a expresar otra clase de agradecimiento. Creo que puedo hacerlo en tres o cuatro minutos, y voy a intentarlo. Mientras hacía las maletas en Los Ángeles, me sentía un poco inquieto porque los premios de poesía siempre me han parecido algo equívocos. La poesía viene de un lugar que nadie comanda, que nadie conquista. Así que me siento como un charlatán, aceptando un premio por una actividad que yo no domino. En otras palabras, si supiera de dónde vienen las buenas canciones, iría a ese lugar más a menudo.
En medio de esa tarea de hacer el equipaje, sentí la necesidad de ir a ver mi guitarra. Tengo una guitarra Conde hecha en España, en el gran taller de la calle Gravina. Un hermoso instrumento que conseguí hace más de cuarenta años. La saqué de su estuche, la sostuve en mis manos, y parecía estar llena de helio, tan liviana estaba... La levanté aún más, acerqué mi rostro a su bocha de hermoso diseño, y respiré la fragancia de la madera viva. Ya saben que la madera nunca llega a morir. Respiré el perfume del cedro, tan fresco como el primer día, cuando la compré. Y una voz parecía decirme: “Eres un hombre viejo y no has dado las gracias, no has llevado tu agradecimiento a la tierra de nutrió esta fragancia”. Así que vengo hoy, aquí, esta noche, para agradecer a la tierra y al alma de este pueblo que tanto me ha dado. Porque sé muy bien que un carnet de identidad no es un hombre, y un país no es solo la calificación de su deuda.
Bien, ustedes saben de mi profunda asociación y confraternidad con el poeta Federico García Lorca. Podría decirles que cuando yo era joven, un adolescente, que ansiaba tener una voz, estudié a los poetas ingleses y me familiaricé con su obra y copié sus estilos, pero no pude encontrar la voz. Fue al leer, aunque estuvieran traducidos, los textos de Lorca, cuando comprendí que había una voz. No es que haya copiado su voz, yo no me atrevería a hacer eso. Pero me dio permiso para encontrar una voz, para ubicar una voz, es decir, para encontrar un yo, un yo que no es estático, un yo que lucha por su propia existencia. Con el paso de los años, comprendí que esta voz incluía algunas instrucciones ¿Cuáles eran estas instrucciones? Nunca plañir con displicencia, y que si alguien va a expresar la gran e inevitable caída que nos espera a todos, debe hacerlo dentro de los estrictos límites de la dignidad y la belleza. Entonces tenía una voz, pero no un instrumento. No tenía la canción. Y ahora voy a contarles brevemente cómo obtuve mi canción. Porque yo era un guitarrista mediocre, aporreaba los pocos acordes que conocía, me sentaba con mis amigos de la universidad a beber y cantar canciones populares de aquella época, pero nunca en mi vida me había sentido músico o cantante.
Un día, a principios de los sesenta, estaba de visita en casa de mi madre en Montreal. La casa está junto a un parque, y en el parque hay una pista de tenis, donde mucha gente se junta a admirar a los jóvenes jugadores de tenis, que disfrutan del deporte. Vagando por ese parque que conocía de mi infancia, vi a un joven tocando la guitarra. Estaba tocando flamenco, rodeado de dos o tres chicas y chicos que le escuchaban. Y me encantó cómo tocaba. Me encantó cómo tocaba, había algo en su manera de tocar que me cautivó. Era la forma en que yo habría querido tocar aunque supiera que nunca sería capaz de hacerlo. Me senté un momento junto a los otros que escuchaban y cuando se hizo un silencio, un silencio propicio, le pregunté si me daría clases de guitarra. Era un joven español, y solo podíamos comunicarnos en un francés precario, él no hablaba inglés. Aceptó darme clases de guitarra. Le señalé la casa de mi madre, que se ve desde la pista de tenis, y acordamos el horario y el precio de las clases
Fue a casa de mi madre, y me dijo: "toca algo, para escucharte". Intenté tocar algo, y me dijo: "No sabes tocar nada ¿no?". Le respondí: "no, la verdad que no". Dijo: "en primer lugar, afinaremos la guitarra, porque está completamente desafinada". La agarró, la afinó y dijo: "no está nada mal". No era como la Conde, pero no era una mala guitarra. Entonces me la dio y me dijo: "prueba ahora". No sucedió. Y me dijo: "te voy a enseñar algunos acordes". Tomó la guitarra produciendo un sonido que yo nunca le había oído. Tocó una secuencia de acordes con trémolo, y dijo: "ahora prueba tú". Le respondí: "no hay forma de que yo pueda hacer eso". Él dijo: "déjame ayudarte con la posición de los dedos", y acomodó mis dedos en los trastes, y dijo: "ahora toca". Fue un desastre. "Vuelvo mañana", me dijo. Al día siguiente volvió, me puso las manos en la guitarra, la colocó en mi regazo, de manera adecuada, y empecé otra vez con esos seis acordes, con esa progresión de seis acordes que es la base de mucho flamenco. Lo hice un poco mejor ese día. Al tercer día mejoré un poco, un poquito más. Pero al menos ya había aprendido los acordes, aunque todavía no podía coordinar mi pulgar con los otros dedos para lograr el efecto del trémolo. Ya sabía los acordes, los había aprendido muy bien. Al día siguiente él no volvió... Él no volvió. Yo tenía el número de teléfono del hostal en el que se hospedaba en Montreal. Llamé por teléfono para averiguar por qué había faltado a la cita y me dijeron que se había quitado la vida, que se había suicidado. Yo no sabía nada de aquel hombre, no sabía de que parte de España era, no sabía por qué había ido a Montreal, no sabía por qué se quedaba en ese hostal ni por qué había aparecido en el parque aquel día. Yo no sabía por qué se había quitado la vida. Me entristeció mucho.
Ahora... Revelo algo que nunca había contado en público. Esos seis acordes, esa progresión de sonido de la guitarra, ha sido la base de todas mis canciones y de toda mi música. Ahora ustedes pueden empezar a comprender la dimensión del agradecimiento que siento por este país. Todo lo que ustedes encuentran digno en mi trabajo, en mi obra, viene de este lugar. Todo lo que ustedes han encontrado digno en mis canciones, en mi poesía, está inspirado en esta tierra. Por eso les agradezco enormemente la cálida hospitalidad que han mostrado a mi trabajo, porque realmente les pertenece, y ustedes me han permitido añadir mi firma al pie de la página. Muchas gracias.